El Juglar de la Red
Por Rafael Cano Franco
Las izquierdas en el mundo han visto que sus propuestas no son tan populares como ellos creían y que el nuevo orden que proponen choca y se topa con un pensamiento social donde los premios se ganan y no se conceden.
Las derrotas apabullantes de la izquierda en España y previamente en Chile indican que las sociedades se hartan.
En México, las directrices de la izquierda están regidas por los dictados del Foro de Sao Paulo y son tan nocivos que ahora está prohibido pensar diferente a las minorías so pena de ser demandados.
Pero es inevitable señalar que la izquierda es frívola e hipócrita, sus intelectuales se dicen progresistas desde la oposición, pero en el gobierno se vuelven conservadores y acomodaticios. Son tan ineficientes que no tienen ciencia aborrecida en la teoría, pero en la práctica son una nulidad y lo demuestran a diario.
De pronto, en la sociedad de izquierda está prohibido hablar de moral, de valores, de conductas permitidas y aceptadas socialmente; todo en aras de no incomodar a minorías vociferantes.
A través de sistemas educativos permisivos y lesivos fueron impregnando la enseñanza de un relativismo donde todo se confunde y generaron la idea de que lo bueno y lo malo son iguales; que la verdad y la mentira pueden convivir, que la belleza y la fealdad son un mero constructo social; que la ciencia es menos que la ideología y que lo más importante en la escuela es no generar depresión a los alumnos aplicándoles notas negativas y con ellos estresándolos y presionándolos para ser mejores.
De pronto, lo vemos en México, el delincuente es más importante que la víctima y para ellos hay abrazos y no balazos, pero a los ciudadanos que se atreven a protestar les echan encima los cuerpos policiacos represores, esos mismos de los que tanto se quejó la izquierda cuando estaba fuera del poder.
Paulatinamente extinguieron el civismo de las escuelas, no se sonrojaron para darle un balazo a los escrúpulos y tratarlos como un defecto que nos hace preconcebir el mundo. La ética fue arrumbada porque el bien y el mal no existen, son producto de una sociedad anquilosada y rancia.
Pregonan la austeridad, pero viven en la opulencia. Hablan de “abrocharse el cinturón” pero ellos ya no usan porque la corrupción los hinchó. Se quejan de los grandes sueldos de algunos, pero roban a dos manos y se llenan los bolsillos con los dineros del pueblo, ese mismo al que le dan migajas, al que le niegan salud, servicios públicos de calidad, al que le dicen que un par de zapatos bastan, que lo tratan de mantener ignorante porque el deseo de una carrera o postgrado para facilitar la movilidad social es un pecado de los “aspiracionistas” que no debe permitirse. Pero entiéndase: es pecado para el pueblo, no para sus hijos o familiares, para ellos solamente lo mejor.
Esta nueva izquierda que nos gobierno es hipócrita: critican a los fifis pero no se ruborizan en vestir como ellos, acudir a los restaurantes donde ellos van; inscribir a sus hijos en las escuelas privadas, nacionales o del extranjero, de esos conservadores a los que tanto odian. Es la misma izquierda que pregona doctrinas ideológicas, pero reniega de las doctrinas de fe y si puede las persigue, las acosa y las expulsa.
Renegaban de la opulencia de los anteriores y ahora ellos son los que se hartan hasta el cansancio. Piden que nadie se meta en sus asuntos, reniegan de la injerencia en sus naciones, pero no tienen recato para ser injerencistas en otras naciones donde han rechazado a uno de los suyos, un izquierdista populista.
Son los que reniegan del mérito y del esfuerzo, los que tratan de cambiar el sentido y función de la familia; los que intentan modificar el lenguaje, los que son enemigos de los empresarios, pero ellos mismo se vuelven emprendedores con dinero obtenido del poder.
Esta izquierda que se firma progresista y de avanzada, pero que es retrógrada, avorazada del poder, despreciativa de la ley, destructora de instituciones, que dice una cosa y hace otra; que presume vanguardia, pero sus ideas son viejas e imprácticas.
Esa izquierda que cansa a los pueblos y estos se la sacuden de cualquier forma: con democracia como en Chile y España o con revueltas como en Cuba y Colombia.
En México, es posible, a cómo vamos, que la democracia no alcance.