Después de días de tensión, debates y confrontaciones, el oficialismo en el Senado aprobó la reforma judicial. Todo el proceso fue un lamentable espectáculo, como una novela de intriga y corrupción digna de una serie de Netflix. Al final se impuso el poder del estado con toda su batería para coaccionar a los senadores que tienen la cola más larga.
Este martes la cámara alta se convirtió en un verdadero estercolero; los legisladores de todos los partidos cruzaron la línea escrotológica de la política. Salpicó excreta por todos lados. Hubo traiciones, golpes bajos, acusaciones, agresiones y más.
El Senado se volvió un verdadero caos, donde los legisladores de todos los partidos cruzaron límites inaceptables, esparciendo lo peor del quehacer político.
Lo que debería haber sido un ejercicio democrático se transformó en una demostración de extorsión, manipulación y alianzas impensables con personajes desprestigiados del pasado político mexicano.
La alianza de Morena con Miguel Ángel Yunes Linares, -el personaje de la traición-, que el propio presidente Andrés Manuel López Obrador y su partido han señalado repetidamente como corrupto y criminal, es una muestra clara de la hipocresía política.
La recepción de Yunes entre aplausos y abrazos de los morenistas en el Senado fue un triste recordatorio de que la política mexicana sigue siendo un terreno fértil para la traición y las alianzas cuestionables por los intereses más oscuros.
Por otra parte, el caso del senador Daniel Barreda de Movimiento Ciudadano es aún más escalofriante. La detención de su padre en Campeche para impedir su participación en la votación fue una táctica que recuerda más a las mafias y cárteles que a un gobierno legítimo. Esta extorsión descarada es una mancha imborrable en el historial del gobierno actual y un presagio ominoso de lo que podría venir.
La reforma judicial aprobada bajo estas circunstancias no puede ser vista como un avance hacia la justicia. Al contrario, es un paso hacia la consolidación de un poder autoritario que no duda en utilizar los métodos más sucios y despiadados para alcanzar sus objetivos. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta dónde están dispuestos a llegar los de la 4T?
La oposición, aunque debilitada y superada en número, tiene la responsabilidad de recordar a los ciudadanos que la democracia no se trata solo de votos, sino de principios y valores que deben ser defendidos a toda costa. La actuación del gobierno en este episodio es una llamada de atención para todos aquellos que aún creen en la posibilidad de un México justo y democrático.
Lo que han presenciado los mexicanos en los últimos días no es solo una vergonzosa operación de estado, sino una traición a la democracia misma. Es imperativo que los ciudadanos y los actores políticos realicen un examen de conciencia y se preparen para defender los principios democráticos con más fervor que nunca. El futuro de México depende de ello.
El papel del presidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta electa Claudia Sheinbaum en este proceso no puede subestimarse. Su aval, explícito o implícito, de estas tácticas cuestionables pone en entredicho la legitimidad y la moralidad de su gobierno.
¿Es esto lo que los 36 millones de votantes que apoyaron a Obrador esperaban? ¿Una traición a los principios democráticos en nombre de una supuesta justicia? Son algunas preguntas que se hacen muchos mexicanos.