En 1983, la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez vivió una de las peores tragedias medioambientales de su historia: la dispersión no intencional de 450 curios de cobalto-60, un material altamente radioactivo.
La historia comenzó en un hospital privado que en 1977 adquirió una unidad de radioterapia con una fuente de cobalto-60. Sin embargo, la compra se realizó sin cumplir con los protocolos legales y el equipo permaneció inoperante durante casi seis años. En 1983, ante la falta de personal calificado para operarlo, un empleado del hospital, desmanteló la máquina y extrajo el cilindro que contenía la fuente radioactiva.
El material radiactivo se transportó en una camioneta particular, perforando accidentalmente el cilindro y liberando gránulos de cobalto-60 en el vehículo. La camioneta, averiada, quedó abandonada durante 40 días en una calle, exponiendo a la población a la radiación.
Paralelamente, los gránulos que llegaron a una recicladora de metales, donde se desmanteló la máquina, se dispersaron por el patio debido al uso de electroimanes. La chatarra contaminada se vendió a dos empresas de aceros, quienes la procesaron y distribuyeron, expandiendo la contaminación a 15 estados de México y Estados Unidos.
El 16 de enero de 1984, el laboratorio nacional de Los Álamos en Nuevo México detectó la radiación proveniente de un camión que transportaba varilla de acero cerca de las instalaciones científicas. Las autoridades mexicanas y estadounidenses confirmaron la dispersión del material radioactivo y se inició una intensa operación de búsqueda y contención.
La recuperación del material contaminado fue un proceso arduo y prolongado. Se estimó que 4 mil personas estuvieron expuestas a la radiación, con graves consecuencias para su salud. Se demolieron cientos de viviendas y edificios construidos con varilla contaminada, y se establecieron cementerios especiales para almacenar los desechos radioactivos.