Por Eduardo Borunda
Las palabras quedaron grabadas con sangre derramada por el sistema político mexicano. Un hombre que se convirtió en la leyenda de quienes aspiran a tener un México diferente, más humanizado, con menos dolor y menos muertes. Un México que sigue teniendo las mismas necesidades descritas en un discurso que partió el antes y el después. La ruptura de un sistema que estuvo en el borde de lo que debió ser y nunca fue.
Luis Donaldo Colosio Murrieta, el hombre de Sonora no llegó al poder, una campaña presidencial que venía golpeándolo desde adentro del propio sistema y que estaba siendo cuestionada en los medios de comunicación por periodistas afines al sistema recrearon una trampa mortal en lo que debe ser reconocido como un crimen de estado.
Si preguntamos a los hombres y mujeres en uso de razón de esos años que hacían un 23 de marzo de 1994, quizá no recuerden. Pero ese día asesinaron a Luis Donaldo, una tarde noche en una colonia de las populares de una ciudad fronteriza que carga con una cruz que le pusieron sobre sus hombros, difícil de quitar… los habitantes de Tlaxcala aún sufren la memoria histórica de algo que no fueron culpables.
Tijuana es una ciudad con potencial económico, una plaza deseada y asediada, quizá más importante que la misma capital del estado de Baja California en lo político, económico, comercial, industrial, de servicios y no se diga en lo turístico. Representa un rincón del país, de difícil acceso, pero también es un trampolín para quienes quieren ir a conquistar el sueño americano. Allí murió Luis Donaldo, en un hospital donde también murió un proyecto de nación.
Ese día, el 23 de marzo de 1994, oscurecía ya en Ciudad Juárez. Los últimos “teclazos” a la tesis de licenciatura, había sido una tarde con un propósito, terminar de escribir las conclusiones en una de las computadoras pioneras, de esas que se presentaban como la última novedad y en cuyo disco sólo cabía un archivo (el de la tesis), el cual borraba y volvía a regrabar una y otra vez. Fue un día que no se olvida en las mentes de los que fuimos testigos mudos de ese evento.
Al terminar, como decía la tesis ese día, me fui a la sala a preparar un café, comer algo y encender la televisión, la nota era el atentado. Todos los canales de televisión pasaron la noticia. Porfirio Muñoz Ledo, decía que era una catástrofe, un crimen… no recuerdo las palabras exactas, pero dejó constancia del magnicidio. Talina Fernández, reportaba desde el hospital, salían médicos, enfermeras, personal del hospital, todos con hermetismo confirmaban que la salud del “candidato” era grave.
Horas más tarde, se confirmaba la muerte de Luis Donaldo, el candidato del PRI había muerto. México estaba de luto. El presidente Carlos Salinas de Gortari daba oficialmente un mensaje a la nación, los bancos al día siguiente no iban a abrir. Se decretaba un luto nacional de tres días (si mal no me equivoco), las televisoras dejarían de transmitir desde las 12 de la noche, la bandera estuvo izada a media asta en todas las plazas públicas.
Esa tarde noche, veíamos las expectativas en las imágenes, los comentarios, la soledad de los cuartos de televisión. México había perdido la esperanza, seguía un nudo en la garganta, un hombre que buscaba la presidencia de la república moría en manos desconocidas y que aún hay dudas sobre lo que realmente hubo tras su asesinato.
El 23 de marzo de 1994 México lloró frente a sus televisores, hubo quienes se abrazaron, fue hace 30 años y México sigue teniendo sed y hambre de justicia social. Luis Donaldo sigue vigente en sus palabras y en su ideario político.