Durante la Guerra Fría, Roger Fischer, profesor en Harvard, expresó su preocupación acerca de lo fácil que resultaba para los presidentes estadounidenses lanzar bombas nucleares.
En su opinión, los mandatarios estaban demasiado distanciados de las consecuencias reales de sus decisiones.
Para abordar este problema, Fischer propuso una solución radical y controvertida: colocar el código de lanzamiento en una cápsula pequeña, implantada junto al corazón de un voluntario.
Este voluntario llevaría consigo un cuchillo de carnicero siempre que acompañara al presidente. La premisa era clara y escalofriante: si algún presidente decidía lanzar una bomba nuclear, la única manera de obtener el código sería matando a una persona inocente con sus propias manos.
Según Fischer, esta medida obligaría al presidente a confrontar directamente las consecuencias humanas y morales de sus acciones, al ver la sangre en la alfombra de la Casa Blanca.
Argumentaba que esta experiencia visceral de la realidad podría disuadir a los líderes de tomar decisiones impulsivas y devastadoras.
Sin embargo, la propuesta de Fischer fue rápidamente descartada por los altos mandos del Pentágono, quienes argumentaron que tal medida podría paralizar la capacidad de respuesta nuclear del país, dejándolo vulnerable en un momento crítico.
A pesar de su rechazo, la idea de Fischer sigue siendo un ejemplo extremo de cómo algunos individuos han intentado enfrentar los dilemas éticos y estratégicos asociados con las armas nucleares durante la Guerra Fría.
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