Como suele decirse en entre la raza, “la mata sigue dando”, y este refrán aplica perfectamente a la estrategia bien conocida del presidente Donald Trump: alternar la zanahoria con el garrote en su trato hacia México.
Resulta que Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, anunció la imposición de un arancel del 30% a productos mexicanos a partir del 1 de agosto, argumentando que México no ha frenado el accionar de los cárteles del narcotráfico.
Esta medida se suma al arancel del 25% que ya aplica desde marzo a productos fuera del T-MEC. Trump señaló en una carta a la presidenta Claudia Sheinbaum que estos aranceles podrían subir o bajar dependiendo de la cooperación de México en el combate al narcotráfico y el flujo de fentanilo.
Además, advirtió que medidas similares se tomarían contra Canadá. No se precisó si los nuevos aranceles afectarán productos bajo el T-MEC.
La presidenta rechaza la postura, pero Trump mantiene bajo presión a gran parte del gabinete mexicano con sus constantes amenazas.
Eso de “cabeza fría” suena más a retórica vacía, como ese nacionalismo de cantina que proclama que “a México se le respeta”. Por ejemplo, el gobierno mexicano reporta solo 355 personas detenidas en las redadas, ¿de verdad cree usted en esa cifra? Todo parece encaminado a minimizar el verdadero costo que tiene para México la política migratoria impulsada por Trump.
Ahora el nuevo arancel del 30% y no se sabe qué pasará con el otro del 20%. El nuevo cierre de la frontera a la importación de ganado. La agresiva política migratoria. La acusación de Kristy Noem secretaria de seguridad interior (de que hay nexos con los malos). La extracción del Mayo y del hijo del Chapo sin decir agua va. El acuerdo del gobierno estadounidense con el Iván Archivaldo Guzmán. La quita de visas del gobierno estadounidense turistas de gobernadoras hasta presidentes municipales. Y así una retahíla de presiones y medidas de Trump que conforman un entramado de acciones que mantienen a México en un estado de incertidumbre y constante negociación.
Mientras la retórica oficial insiste en la dignidad nacional, la realidad expone el alto costo político y económico que implica enfrentar una política exterior tan volátil. Lo cierto es que, más allá de discursos y cifras cuestionables, México sigue navegando entre amenazas y concesiones, con el reto de proteger sus intereses sin ceder a chantajes ni discursos grandilocuentes que poco resuelven ante la complejidad del escenario actual. Y desde el podio mañanero, la victimización y la misma retórica que invoca a un nacionalismo lleno de simbolismos.
En este juego político de altos vuelos el presidente Trump le juega el dedo en la boca a la presidenta Claudia Sheinbaum, y ella los juega a los mexicanos todas las mañanas, esto ya se volvió como decían en el rancho: “puras pinches mentiras”.
Y lo peor es que el grueso del “pueblo bueno y sabio”. ¡Se las cree!
“México no es piñata de nadie”; Sheinbaum.
Solo de Trump ¡Ja!
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Por cierto, los sectores duros de Morena ya están impulsando la idea de un mitin en el Zócalo para protestar contra los aranceles de Trump. Mientras tanto, a Claudia Sheinbaum le ha funcionado no hacer nada y ahora recurre a un nacionalismo extemporáneo.
Parece que, como si estuviera atrapada en 1846 frente a la columna Wool y Doniphan, no reconoce los matices del siglo XXI ni las complejidades de la diplomacia y el comercio actuales.
Este tipo de confusión surge porque mezcla la política partidista con la política exterior, intentando capitalizar políticamente cada coyuntura en vez de distinguir entre los intereses del país y los de su movimiento.
Todo ello en su afán de consolidar el llamado “segundo piso” de la 4T, que por momentos parece estar construyéndose con materiales endebles, más propios de la acequia madre de Juárez que de un verdadero proyecto nacional.