Desde que comenzó la invasión a Ucrania en 2022, Rusia ha visto una alarmante sucesión de muertes misteriosas entre su élite política, económica y cultural. Suicidios, infartos fulminantes y caídas desde ventanas son las causas oficiales de estos fallecimientos, pero las sospechas de encubrimientos crecen.
La semana pasada murieron Andréi Badalov, vicepresidente de Transneft, y Roman Starovoit, exministro de Transportes. Badalov supuestamente cayó desde el piso 17 de su edificio, aunque vivía en el décimo. Starovoit fue hallado con una herida de bala en su vehículo, pocos días después de ser destituido por el presidente Vladimir Putin.
Entre los casos más comentados están los de Alexei Navalny, opositor que sobrevivió a un envenenamiento y luego murió en prisión, y Yevgueni Prigozhin, jefe del Grupo Wagner, quien murió en un sospechoso accidente aéreo.
Los patrones se repiten: caídas desde pisos altos, infartos sin antecedentes médicos y “accidentes” oportunamente letales. La mayoría de las víctimas eran figuras con acceso a información sensible o críticas al Kremlin.
La lista sigue creciendo: jefes de bancos, petroleras, medios, embajadas y hasta militares veteranos han muerto en lo que muchos califican como “la purga silenciosa del régimen de Putin”.