Por Carlos Angulo Parra
México y Estados Unidos tienen una larga historia de relaciones truculentas. Para empezar los orígenes de ambos países son radicalmente distintos. La visión ibérica de la llamada “conquista” del continente americano fue la de crear un imperio unificado tanto por su visión política como una planeación de fusión étnica, mientras la visión de los ingleses y holandeses que llegaron al norte del continente americano fue la de generar para ellos, principalmente, un entorno de libertad religiosa, sin absolutamente tomar en consideración a los pueblos que ocupaban el territorio ocupado, que, con la intervención de la corona inglesa, se tornó en una clara visión colonialista de, allí sí, conquista excluyente sin ninguna consideración de fusión étnica.
La intervención ibérica que fue realizada con anticipación a la inglesa/holandesa maduró rápidamente, estableciendo una sólida institucionalidad que devino en un gran desarrollo cultural, económico y social.
A la Independencia de las 13 colonias inglesas se estableció una agresiva política expansionista por parte de la naciente nación estadounidense, que fue aprovechada con creces por los estadounidenses ante el caos que vino en México por su independencia y una falta de visión clara hacia el futuro del país, y más bien, con una intención de dominio por parte de la clase dirigente, culminando con la pérdida para México de más de la mitad de su territorio, como consecuencia de la guerra de 1846.
Desde entonces las intervenciones estadounidenses en México han generado graves consecuencias para México sin excepción alguna.
Sin embargo, a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, México y Estados Unidos, sin esperar el nivel alcanzdo, han entrelazado sus economías de una manera simbiótica que es difícil de desprender.
México se ha convertido en el principal socio comercial de Estados Unidos, sobrepasando a Canadá y a China, llegando a un total de $935,000 millones de dólares anuales entre las exportaciones e importaciones de ambos países.
Estados Unidos tiene un déficit comercial en bienes con México de $171,000 millones de dólares, sin contar el monto de los servicios que Estados Unidos presta a México.
El presidente Trump ha estado denunciando estos déficits que existen principalmente con China y otros países del oriente, así como con Canadá, sin tomar en consideración que Estados Unidos es la potencia mundial número uno en la exportación de servicios, destacándose los de alta tecnología, más aún ahora con el advenimiento de la inteligencia artificial. Pero el presidente Trump añora que Estados Unidos regrese a ser un país de manufacturas, cosa que se torna francamente imposible, ya que su población ha evolucionado extraordinariamente bien hacia el mundo de los servicios que pagan mucho más que la manufactura, amén de que el estadounidense no tiene ya vocación alguna para llevar a cabo esta clase de trabajos.
Es por ello por lo que México y Estados Unidos ahora se encuentran en una doble en encrucijada, México necesita de los Estados Unidos para mantener el crecimiento de su economía y el empleo activo, y Estados Unidos necesita de México para tener los bienes necesarios para su consumo interno como para proveerse de bienes intermedios necesarios competir en el mercado mundial de las manufacturas.
La doble encrucijada que existe entre México y Estados Unidos es que se necesitan mutuamente y que si alguien pretende romper esa relación lo único que va a ocasionar es un grave deterioro en la competitividad del Norteamérica ante el nuevo entorno de bloques económicos separados que han generado el propio presidente Trump, generándose una crisis económica en Norteamérica.
En otro ámbito, México necesita resolver el grave problema de inseguridad que tiene a raíz del desarrollo del crimen organizado creado por el consumo desmedido de estupefacientes que existe en Estados Unidos. No se puede vencer a estos criminales mientras persista el consumo en los Estados Unidos, por lo que es necesario que el gobierno de dicha nación se avoque a disminuir notablemente esa lacra que agobia a su país y apoyar a México a combatir el flujo de estupefacientes hacia ellos.
Por eso la relación México/Estados Unidos implica una delicada labor de balance de intereses, por lo que debe existir una franca convicción de resolver el problema de la inseguridad y adicciones viendo los dos lados de la moneda.
En conclusión, en México no es posible divorciarnos de la relación con los Estados Unidos, situación muy difícil de resolver con el gobierno ideologizado que padecemos.
