Por Eduardo Borunda
En la elección extraordinaria para elegir a los integrantes del poder judicial, tanto a nivel nacional como a nivel estatal, se desató lo que podemos denominar una guerra sin cuartel por los famosos acordeones que salieron a la luz pública, o al menos que se mostraron en diversos medios de comunicación para tratar de impulsar perfiles para los cargos en disputa.
La guerra de los acordeones trajo consigo, además, desinformación, confusión y bloqueos mutuos entre los hombres del sistema y del poder político en México. En el caso concreto de Chihuahua, podemos afirmar que no fueron uno, dos, o tres acordeones, fueron más, ya que hubo casos aislados en los que el nombre de una persona aparecía en todos los instrumentos de orientación electoral.
Los partidos políticos no estuvieron al margen de la contienda extraordinaria del poder judicial. Aprovechando el púlpito de la esfera pública, aconsejaban salir a votar o simplemente quedarse en casa. Hubo acordeones guindas, naranjas, azules, ciudadanos, empresariales, eclesiásticos, cruzados, consensuados, divergentes, convergentes: es decir de todo tipo.
Los resultados han sido los esperados, es decir, el control de la suprema corte de la nación en manos del poder ejecutivo, los afines al gobierno quedaron ahí salvaguardados. En el estado de Chihuahua también hubo la misma operación para quedarse con el control por parte de palacio estatal.
¿Qué sigue? Lo que a continuación sigue es que los resultados finales sean respetados, que los que ganaron acepten el encargo y los que no salieron afortunados sigan haciendo su chamba para otra ocasión. A estas alturas, debemos comprender como ciudadanos que las reglas del juego cambiaron, que quienes no aceptan las nuevas reglas, no podrán estar en la siguiente elección. El nuevo sistema político es una recomposición del poder en México. Quién no lo quiera ver, se acercará a un precipicio, un salto al infinito y sin retorno.
¿Qué no se ha dicho? No se ha dicho, pero suponemos que habrá un acuerdo entre poder judicial y poder ejecutivo. También es necesario decir que había necesidad de un cambio en el sistema judicial, pero no era necesario “manchar” con un proceso que fue un gasto innecesario, una elección fraudulenta donde ya sabíamos el resultado.
En conclusión, los ciudadanos que salimos o no salimos a votar por magistrados y jueces y juezas, debemos voltear a ver el desempeño de los actuales y de los futuros hombres y mujeres que ocuparían el poder judicial. A ellos hay que aplicarles la máxima “que el pueblo os lo demande”. Para eso fueron electos.