¡Vaya, vaya! Resulta que después de años de promesas y discursos encendidos sobre la lucha contra el huachicol, la realidad, como suele suceder en la política mexicana, terminó por darnos una cachetada de esas que dejan huella.
El cuento del “fin del huachicol” fue la bandera de arranque del sexenio de AMLO. ¿Quién no recuerda aquellas mañanas en las que medio país hacía fila para cargar gasolina y nos decían que era por nuestro bien, que el combate al robo de combustibles iba viento en popa… aunque el viento oliera a diésel perdido?
Pero la vida y la política son como los barcos; uno nunca sabe cuál va a terminar haciendo agua. La presidenta Claudia Sheinbaum, recién estrenada inquilina de Palacio Nacional, decidió quitarle la máscara al sexenio anterior y ¡zas!, que saca a relucir la podredumbre que llegó hasta las entrañas de la ~incorruptible~ Marina.
Sí, esa institución que presume de ser la mejor evaluada por los mexicanos, hoy resulta embarrada por el fango del huachicol… y no por cualquier escándalo: el affaire lleva los apellidos y la sangre del mismísimo círculo cercano del exsecretario de Marina, Rafael Ojeda.
¿Quién lo hubiera pensado? Dos sobrinos del almirante, uno ya bajo las rejas y otro corriendo como si el diésel fuera gratis, fueron los protagonistas de esta telenovela nacional donde el huachicol no sólo siguió fluyendo, sino que subió de rango. Porque en este país, la corrupción no distingue uniformes ni grados: de la tropa hasta el alto mando, el billete y la tentación pueden más que el honor.
Apenas este fin de semana, el gobierno federal anunció la desarticulación de la “más importante red de huachicol fiscal” de la que se tenga memoria, operando nada menos que a la sombra del sexenio de López Obrador. ¿Los detalles? Dignos de película: buques enteros cargados de gasolina y diésel entraban al país disfrazados de otras sustancias para evitar el pago de impuestos. Si alguien tenía dudas del ingenio mexicano, aquí tienen otra prueba, aunque sea para mal.
Lo verdaderamente impresionante es que la bomba informativa no la destapó la oposición, ni la prensa incómoda ni la DEA. Fue el actual gabinete de seguridad de Sheinbaum, encabezado por Omar García Harfuch, el fiscal Gertz Manero y el nuevo secretario de Marina, Raymundo Morales, quienes soltaron la sopa.
Y la presidenta, ni tarda ni perezosa, lo confirmó en su mañanera: 14 involucrados, de los cuales 6 son marinos, 3 empresarios y 5 exfuncionarios de aduanas. Por si faltara drama, los dos sobrinos del admirante Ojeda están en la lista: uno detenido, otro prófugo y todos bajo la lupa.
Desde Palacio, intentaron a toda costa limpiar la imagen del exsecretario Ojeda. “Él mismo pidió la investigación hace dos años”, dijeron los que ahora mandan. Pero, a ver, ¿no suena raro que el tío pida que investiguen a todos, menos a los de su árbol genealógico? El colmo llegó cuando, tras la incautación de un buque en Tamaulipas con diez millones de litros de diésel en marzo, cayeron los sobrinos. Si desde 2022 ya se sabía de sus andanzas, ¿por qué hasta ahora los agarraron?
Más sospechoso aún, el meteórico ascenso de los muchachos. De tenientes a vicealmirantes y contralmirantes en un abrir y cerrar de ojos, mientras el tío y el presidente López Obrador les aplaudían los logros. A ver, ¿en serio alguien cree que no sabían en qué estaban metidos? Es como pensar que el gato no sabe de la leche derramada en la cocina: imposible.
El desmantelamiento de la red, que salpica a todos y llega hasta la familia de los altos mandos, es un golpe duro a la narrativa de pulcritud y honestidad que tanto presumió la 4T. Sheinbaum dice que esto va “hasta donde tope”, aunque ya sabemos que, en la política mexicana, ese tope a veces tiene nombre, apellido… y dirección en Palenque.
La historia viene de lejos. En enero de 2020, López Obrador reconoció la corrupción desbordada en los puertos y el robo de combustibles. Su solución fue quitarles el control a aduanas y pasárselo a… sí, la Marina de Ojeda, el mismo de los sobrinos. Ironías de la vida: el remedio resultó peor que la enfermedad.
Así las cosas, en México: el huachicol nunca se fue, sólo cambió de manos (o de apellidos). Lo que nos deja pensando: ¿cuántas redes más de corrupción están esperando a ser destapadas por el nuevo gobierno? ¿Cuántos más se colgarán la medalla del combate al crimen mientras en el fondo, sólo están tapando baches para que no se vea lo profundo del hoyo?
Mientras tanto, la ciudadanía, como siempre, mirando el desfile de escándalos desde la banqueta, esperando que algún día la limpieza sea de verdad y no sólo un buen discurso para la mañanera.